martes, 30 de septiembre de 2008

ROSARIO CASTELLANOS Y AMADEO MODIGLIANI













RETRATO DE ANTEPASADO

Lo dejaron aquí, más que por reverencia
por olvido. Ninguno
levanta la mirada a este rincón del cuarto.

Preside cierto orden de objetos, cierta ruina
inminente y le otorga
la edad que necesita.

Ha presenciado alegres ceremonias
y ha visto cómo deudos diligentes
colocan en su marco orlas de luto.

Y ni se regocija ni consuela.

Distante amarillento anónimo, sus manos
empuñan todavía un bastón de caoba
¡Aunque hace tanto tiempo que se perdieron sus huesos!











Poemas: Rosario Castellanos

Imágenes: Amadeo Modigliani.












P&I

domingo, 28 de septiembre de 2008












DOS POEMAS


1

Aquí vine a saberlo. Después de andar golpeándome
como agua entre las piedras y de alzar roncos gritos
de agua que cae despedazada y rota
he venido a quedarme aquí ya sin lamento.
Hablo no por la boca de mis heridas. Hablo
con mis primeros labios. Las palabras
ya no se disuelven como hiel en la lengua.
Vine a saberlo aquí: el amor no es la hoguera
para arrojar en ella nuestros días
a que ardan como leños resecos y hojarasca.
Mientras escribo escucho
cómo crepita en mí la última chispa
de un extinguido infierno.
Ya no tengo más fuego que el de esta ciega lámpara
que camina tanteando, pegada a la pared
y tiembla a la amenaza del aire más ligero.
Si muriera esta noche
sería sólo como abrir la mano,
como cuando los niños la abren ante su madre
para mostrarla limpia, limpia de tan vacía.
Nada me llevo. Tuve sólo un hueco
que no se colmó nunca. Tuve arena
resbalando en mis dedos. Tuve un gesto
crispado y tenso. Todo lo he perdido.
Todo se queda aquí: la tierra, las pezuñas
que la huellan, los belfos que la triscan,
los pájaros llamándose de una enramada a otra,
ese cielo quebrado que es el mar, las gaviotas
con sus alas de viaje,
las cartas que volaban también y que murieron
estranguladas con listones viejos.
Todo se queda aquí: he venido a saber
que no era mío nada: ni el trigo, ni la estrella,
ni su voz, ni su cuerpo, ni mi cuerpo.
Que mi cuerpo era árbol y el dueño de los árboles
no es su sombra, es el viento.


2

En mi casa, colmena donde la única abeja
volando es el silencio,
la soledad ocupa los sillones
y revuelve las sabanas del lecho
y abre el libro en la página
donde está escrito eL nombre de mi duelo.
La soledad me pide, para saciarse, lágrimas
y me espera en el fondo de todos los espejos
y cierra con cuidado las ventanas
para que no entre el cielo.
Soledad, mi enemiga. Se levanta
como una espada a herirme, como soga
a ceñir mi garganta.
Yo no soy la que toma
en su inocencia el agua;
no soy la que amanece con las nubes
ni la hiedra subiendo por las bardas.
Estoy sola: rodeada de paredes
y puertas clausuradas;
sola para partir el pan sobre la mesa,
sola en la hora de encender las lámparas,
sola para decir la oración de la noche
y para recibir la visita del diablo.
A veces mi enemiga se abalanza
con los puños cerrados
y pregunta y pregunta hasta quedarse ronca
y me ata con los garfios de un obstinado dialogo
Yo callaré algún día; pero antes habré dicho
que el hombre que camina por la calle es mi hermano,
que estoy en donde está
la mujer de atributos vegetales.
Nadie, con mi enemiga, me condene
como a una isla inerte entre los mares.
Nadie mienta diciendo que no luché contra ella
hasta la última gota de mi sangre.
Más allá de mi piel y más adentro
de mis huesos , he amado.
Más allá de mi boca y sus palabras,
del nudo de mi sexo atormentado.
Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Ya no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.











Rosario Castellanos

Amadeo Modigliani.












P&I

viernes, 26 de septiembre de 2008











TESTAMENTO DE HÉCUBA


Torre, no hiedra, fui. El viento nada pudo
rondando en torno mío con sus cuernos de toro:
alzaba polvaredas desde el norte y el sur
y aún desde otros puntos que olvidé o que
ignoraba.
Pero yo resistía profunda de cimientos,
ancha de muros, sólida
y caliente de entrañas, defendiendo a los míos.

El dolor era un deudo más de aquella familia.
No el predilecto ni el mayor. Un deudo
comedido en la faena, humilde comensal,
oscuro relator de cuentos junto al fuego.
Cazaba en ocasiones, lejos, y por servir
su instinto de varón
que tiene el pulso firme y los ojos certeros.
Volvía con la presa y la entregaba al hábil
destazador y al diestro
afán de las mujeres.

Al recogerme yo decía: qué hermosa
labor está tejiendo con las horas mis manos.
Desde la juventud tuve frente a mis ojos
un hermoso dechado
y no ambicioné más que copiar su figura.
En su día fui casta
y después fiel al único, al esposo.

Nunca la aurora me encontró dormida
ni me alcanzó la noche
antes que se apagara mi rumor de colmena.
La casa de mi dueño se llenó de mis obras
y su campo llegó hasta el horizonte.

Y para que su nombre no acabara
al acabar su cuerpo,
tuvo hijos en mí, valientes, laboriosos,
tuvo hijas de virtud,
desposadas con yernos aceptables
(excepto una, virgen, que se guardó a sí
misma
tal vez como la ofrenda para un dios).

Los que me conocieron me llamaron dichosa
y no me contenté con recibir
la feliz alabanza de mis iguales
sino que me incliné hasta los pequeños
para sembrar en ellos gratitud.

Cuando vino el relámpago buscando
aquel árbol de las conversaciones
clamó por la injusticia el fulminado.

Yo no dije palabras, porque es condición mía
no entender otra cosa sino el deber y he sido
obediente al desastre:
viuda irreprensible, reina que pasó a esclava
sin que su dignidad de reina padeciera
y madre, ay, y madre
huérfana de su prole.

Arrastré la vejez como un a túnica
demasiado pesada.
Quedé ciega de años y de llanto
y en mi ceguera vi
la visión que sostuvo en su lugar mi ánimo.

Vino la invalidez, el frío, el frío
y tuve que entregarme a la piedad
de los que viven. Antes
me entregue así al amor, al infortunio.

Alguien asiste mi agonía. Me hace
beber a sorbos una docilidad difícil
y yo voy aceptando
que se cumplan en mí los últimos misterios.










Poema: Rosario Castellanos

Imagen: Amadeo Modigliani.







P&I

miércoles, 24 de septiembre de 2008











SER RÍO SIN PECES



Ser de río sin peces, esto he sido.
Y revestida voy de espuma y hielo.
Ahogado y roto llevo todo el cielo
y el árbol se me entrega malherido.

A dos orillas del dolor uncido
va mi caudal a un mar de desconsuelo.
La garza de su estero es alto vuelo
y adiós y breve sol desvanecido.

Para morir sin canto, ciego, avanza
mordido de vacío y de añoranza.
Ay, pero a veces hondo y sosegado
se detiene bajo una sombra pura.
Se detiene y recibe la hermosura
con un leve temblor maravillado.










Rosario Castellanos

Amadeo Modigliani.










P&I

lunes, 22 de septiembre de 2008












PEQUEÑA CRÓNICA

Entre nosotros hubo
lo que hay entre dos cuando se aman:
sangre del himen roto. (¿Te das cuenta?
Virgen a los treinta años ¡y poetisa! Lagarto.)

La hemorragia mensual o sea en la que un niño
dice que sí, dice que no a la vida.

Y la vena
-mía o de otra ¿qué más da?- en que el tajo
suicida se hundió un poco o lo bastante
como para volverse una esquela mortuoria.

Hubo, quizá, también otros humores:
el sudor del trabajo, el del placer,
la secreción verdosa de la cólera,
semen, saliva, lágrimas.

Nada, en fin, que un buen baño no borre. Y me pregunto
con que voy a escribir, entonces, nuestra historia.
¿Con tinta? ¡Ay! Si la tinta
viene de tan ajenos manantiales.





RELACIÓN DEL PEREGRINO

Fuimos dejando huellas.
Larga y pacientemente acariciamos
el rostro de la piedra.
Nombrábamos así los lugares, los dias
con una lengua eterna.

Señalamos un árbol
sangrando su corteza por volverlo entre todos
el único y el santo.
Se erguía ante nosotros y sostenía el cielo
el árbol señalado.

Teníamos guardada
-como un granito de oro atado en un pañuelo-
una sola palabra.
Y cuando la decíamos eran los corazones

El espejo del alba.










Poemas: Rosario Castellanos

Imagen: Amadeo Modigliani.









P&I

sábado, 20 de septiembre de 2008












PARÁBOLA DE LA INCONSTANTE


Antes cuando me hablaba de mí misma, decía:
Si yo soy lo que soy
Y dejo que en mi cuerpo, que en mis años
Suceda ese proceso
Que la semilla le permite al árbol
Y la piedra a la estatua, seré la plenitud.

Y acaso era verdad. una verdad.

Pero, ay, amanecía dócil como la hiedra
A asirme a una pared como el enamorado
Se ase del otro con sus juramentos.

Y luego yo esparcía a mi alrededor, erguida
En solidez de roble,
La rumorosa soledad, la sombra
Hospitalaria y daba al caminante
- a su cuchillo agudo de memoria -
el testimonio fiel de mi corteza.

Mi actitud era a veces el reposo
Y otras el arrebato,
La gracia o el furor, siempre los dos contrarios
Prontos a aniquilarse
Y emerger de las ruinas del vencido.

Cada hora suplantaba a alguno; cada hora
Me iba de algún mesón desmantelado
En el que no encontré ni una mala bujía
Y en el que no me fue posible dejar nada.

Usurpaba los nombres, me coronaba de ellos
Para arrojar después, lejos de mi, el despojo.

Heme aquí, ya al final, y todavía
No sé qué cara daré a la muerte.










Poema: Rosario Castellanos

Imagen: Amadeo Modigliani.










P&I

jueves, 18 de septiembre de 2008











MONÓLOGO EN LA CELDA


Se olvidaron de mí, me dejaron aparte.
Y yo no sé quién soy
porque ninguno ha dicho mi nombre; porque nadie
me ha dado ser, mirándome.

Dentro de mí se pudre un acto, el único
que no conozco y no puedo cumplir
porque no basta a ello un par de manos.

(El otro es el espacio en que se siembra
o el aire en que se crece
o la piedra que hay que despedazar.)

Pero solo... Y el cuerpo
que quisiera nacer en el abrazo,
que precisa medir su tamaño en la lucha
y desatar sus nudos
en un hijo, en la muerte compartida.

Pero solo ... Golpeo una pared,
me estrello ante una puerta que no cede,
me escondo en el rincón
donde teje sus redes la locura.

¿Quién me ha encerrado aquí? ¿Dónde se fueron todos?
¿Por qué no viene alguno a rescatarme?

Hace frío. Tengo hambre. Y ya casi no veo
de oscuridad y lágrimas.











Rosario Castellanos

Amadeo Modigliani.










P&I

martes, 16 de septiembre de 2008







LA NOSTALGIA



Si te digo que fui feliz, no es cierto.

No creas lo que yo creo cuando me engaño.

El recuerdo embellece lo que toca:
te quita la jaqueca que tuviste,
el sopor de la siesta lo trasfigura en éxtasis
y, en cuanto a ese zapato que apretaba
tanto que te impidió bailar el primer baile,
no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas
eternamente ingrávida en el círculo
cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,
sin esa arruga artera
que está acechando alrededor de tu ojo.






LOS ADIOSES

Quisimos aprender la despedida
y rompimos la alianza
que juntaba al amigo con la amiga.
Y alzamos la distancia
entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos.
Fuimos dejando atrás las colinas, los valles,
los verdeantes prados.
Miramos su hermosura
pero no nos quedamos.

Llevamos nuestros pies
donde la soledad tiene su casa
y allí nos detuvimos para siempre.
En silencio aguardamos
hasta aprender la muerte.










Poemas: Rosario Castellanos.

Imagen: Amadeo Modigliani.










P&I

domingo, 14 de septiembre de 2008











LA PROFECÍA


Cuando nos lo anunciaron los que velan de noche,
los que llevan el mar ausente entre sus manos
en forma de sencillos caracoles,
temblamos de alegría, como bajo el rocío
el pétalo colmado de las flores.

Lo dijeron los sabios.
Muchas señales hubo, hasta que al fin
el termino del tiempo hubo llegado.
Y nosotros confusos, de rodillas,
presenciando.

Sobrevino el silencio.
El silencio que nace del agua que bullía
y de pronto se cuaja en un espejo.

Así nos serenamos. Nos hicimos
lo mismo que los lagos para mirar al cielo.










Rosario Castellanos.

Amadeo Modigliani.










P&I

viernes, 12 de septiembre de 2008











LA CASA VACÍA


Yo recuerdo una casa que he dejado.
Ahora está vacía.
Las cortinas se mecen con el viento,
golpean las maderas tercamente contra los muros viejos.
En el jardín, donde la hierba empieza
a derramar su imperio,
en las salas de muebles enfundados,
en espejos desiertos
camina, se desliza la soledad calzada
de silencioso y blando terciopelo.

Aquí donde su pie marca la huella,
en este, corredor profundo y apagado
crecía una muchacha, levantaba
su cuerpo de ciprés esbelto y triste.

(A su espalda crecían sus dos trenzas
igual que dos gemelos ángeles de la guarda.
Sus manos nunca hicieron otra cosa
más que cerrar ventanas.)

Adolescencia gris con vocación de sombra,
con destino de muerte:
las escaleras duermen, se derrumba
la casa que no supo detenerte.










Poema: Rosario Castellanos.

Imagen: Amadeo Modigliani.










P&I

miércoles, 10 de septiembre de 2008











DOS POEMAS


1
Aquí vine a saberlo. Después de andar golpeándome
como agua entre las piedras y de alzar roncos gritos
de agua que cae despedazada y rota
he venido a quedarme aquí ya sin lamento.
Hablo no por la boca de mis heridas. Hablo
con mis primeros labios. Las palabras
ya no se disuelven como hiel en la lengua.
Vine a saberlo aquí: el amor no es la hoguera
para arrojar en ella nuestros días
a que ardan como leños resecos de hojarasca.
Mientras escribo escucho
como crepita en mí la última chispa
de un extinguido infierno.
Ya no tengo más fuego que el de esta ciega lámpara
que camina tanteando, pegada a la pared
y tiembla a la amenaza del aire más ligero.
Si muriera esta noche
sería sólo como abrir la mano
como cuando los niños la abren ante su madre
para mostrarla limpia, limpia de tan vacía.
Nada me llevo. Tuve sólo un hueco
que no se colmó nunca. Tuve arena
resbalando de mis dedos. Tuve un gesto
crispado y tenso. Todo lo he perdido.
Todo se queda aquí: la tierra, las pezuñas
que la huellan, los belfos que la triscan,
los pájaros llamándose de una enramada a otra,
ese cielo quebrado que es el mar, las gaviotas
con sus alas en viaje,
las cartas que volaban también y que murieron
estranguladas con listones viejos.
Todo se queda aquí: he venido a saber
que no era mío nada: ni el trigo, ni la estrella
ni su voz, ni su cuerpo, ni mi cuerpo.
Que mi cuerpo era un árbol y el dueño de los árboles
no es su sombra, es el viento.



2
En mi casa, colmena donde la única abeja
volando es el silencio,
la soledad ocupa los sillones
y revuelve las sábanas del lecho
y abre el libro en la página
donde está escrito el nombre de mi duelo.
La soledad me pide, para saciarse, lágrimas
y me espera en el fondo de todos los espejos
y cierra con cuidado las ventanas
para que no entre el cielo.
Soledad, mi enemiga. Se levanta
como una espada a herirme, como soga
a ceñir mi garganta.
Yo no soy la que toma
en su inocencia el agua;
no soy la que amanece con las nubes
ni la hiedra subiendo por las bardas.
Estoy sola; rodeada de paredes
y puertas clausuradas;
sola para partir el pan sobre la mesa,
sola en la hora de encender las lámparas,
sola para decir la oración de la noche
y para recibir la visita del diablo.
A veces mi enemiga se abalanza
con los puños cerrados
y pregunta y pregunta hasta quedarse ronca
y me ata con los garfios de un obstinado diálogo.
Yo callaré algún día; pero antes habré dicho
que el hombre que camina por la calle es mi hermano,
que estoy donde está
la mujer de atributos vegetales.
Nadie, con mi enemiga, me condene
como a una isla inerte entre los mares.
Nadie mienta diciendo que no luché contra ella
hasta la última gota de mi sangre.
Más allá de mi piel y más adentro
de mis huesos, he amado.
Más allá de mi boca y sus palabras,
del nudo de mi sexo atormentado.
Yo no voy a morir de enfermedad
ni de vejez, de angustia o de cansancio.
Voy a morir de amor, voy a entregarme
al más hondo regazo.
Yo no tendré vergüenza de estas manos vacías
ni de esta celda hermética que se llama Rosario.
En los labios del viento he de llamarme
árbol de muchos pájaros.










Poema: Rosario Castellanos

Imagen: Amadeo Modigliani.









P&I

lunes, 8 de septiembre de 2008












DOS ELEGÍAS BREVES

1
Al pie de un sauce, triste Narciso de las aguas,
o cerca de una roca inexorable
quiero dejar mi cuerpo
como el que deja ropas en la playa.
Ay, mis brazos, guirnaldas desceñidas,
ay, mi cintura quieta entre las danzas.

No soy de los que exprimen
su corazón en un lugar violento.
Soy de los que atestiguan
la belleza y la muerte de la rosa.


II

Si pudiera mirarte, bella tan sólo, rosa,
y detener mis ojos largamente en tus pétalos
como un sed que duerme a la orilla de un río.

Si te mirara sólo, sin amarte,
con este amor convulso y desgarrado
de quien siente tu fuga irrevocable.

Ah, si yo no quisiera disecarte,
amarilla, en las páginas herméticas de un libro
con el afán inútil del que conoce el tiempo.









Rosario Castellanos
Amadeo Modigliani.










P&I

sábado, 6 de septiembre de 2008












DESAMOR


Me vio como se mira a través de un cristal
o del aire
o de nada.

Y entonces supe: yo no estaba allí
ni en ninguna otra parte
ni había estado nunca ni estaría.

Y fue como el que muere en la epidemia,
sin identificar, y es arrojado
a la fosa común.





Destino

Matamos lo que amamos. Lo demás
no ha estado vivo nunca.
Ninguno está tan cerca. A ningún otro hiere
un olvido, una ausencia, a veces menos.
Matamos lo que amamos. ¡Qué cese ya esta asfixia
de respirar con un pulmón ajeno!
El aire no es bastante
para los dos. Y no basta la tierra
para los cuerpos juntos
y la ración de la esperanza es poca
y el dolor no se puede compartir.

El hombre es animal de soledades,
ciervo con una flecha en ijar
que huye y se desangra.

Ah, pero el odio, su fijeza insomne
de pupilas de vidrio; su actitud
que es a la vez reposo y amenaza.

El ciervo va a beber y en el agua aparece
el reflejo de un tigre.
El ciervo bebe el agua y la imagen. Se vuelve
-antes que lo devoren- (cómplice, fascinado)
igual a su enemigo.

Damos la vida sólo a lo que odiamos.











Imagen: Amadeo Modigliani.

Poema: Rosario Castellanos.









P&I

jueves, 4 de septiembre de 2008












CANCIÓN DEL TENTADOR



Habitación de duendes
barre tu casa;
deja ya de gemir porque no tienes
un manojo de espigas en la falda.

Borra de esas paredes
calaveras pintadas,
cesa de pisotear racimos secos,
lleva tus pies a la piadosa grama.

Hurgas en ti y encuentras
alacenas saqueadas
y en el hogar un copo de ceniza
y un haz de leña verde y hogueras apagadas.

Abre tu puerta y oye:
alguien tiende los brazos y te llama.
Es el mundo que pide su rescate
como Moisés perdido entre las aguas.










Rosario Castellanos.

Amadeo Modigliani.










P&I

martes, 2 de septiembre de 2008












AJEDREZ


Porque éramos amigos y, a ratos , nos amábamos;
quizá para añadir otro interés
a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.

Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores,
en posibilidad de movimientos.

Aprendimos las reglas, les juramos respeto
y empezó la partida.

Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando
encarnizadamente
cómo dar el zarpazo último que aniquile
de modo inapelable y, para siempre, al otro.











Poema: Rosario Castellanos

Imagen: Amadeo Modigliani.











P&I
AMADEO MODIGLIANI
(1884-1920)

Nace en Livorno, ciudad de la Toscana italiana; de familia judia sefardita, con buena posición económica. Fue el menor de cuatro hermanos.
Debido a una grave enfermedad pulmonar a la edad de once años, queda en un estado de languidez que favorece a su inclinación por el dibujo y recibe el beneplácito de sus padres para que emprenda esa actividad.
Frecuenta talleres de pintura, hace un viaje al sur de Italia que lo pone en contacto con el arte italiano, reafirmando su vocación.
Estudia arte en Florencia y Venecia, posteriormente viaja a Francia, se instala en París; independizándose de su familia e inicia una vida bohemia.
En ese entonces se interesaba más por la escultura que por la pintura.
París está en uno de los momentos más importantes de la pintura, con los fauves y Picasso y sus Señoritas de Avignon, que darán origen al cubismo, sin embargo Modigliani se mantiene al margen de los nuevos movimientos artísticos.
Aunque presenta seis obras pictóricas en el Salón de los Independientes, su relación con Constantin Brancusi (escultor) lo anima a seguir con su trabajo como escultor realizando varias tallas directas en piedra donde la influencia del arte negro es evidente aunado a la estatuaria egipcia y griega arcaica.
El alto costo de los materiales para la escultura y la necesidad de un taller adecuado para realizar sus obras, ademas de los problemas de salud, por el polvo que producen las esculturas, debido a su antigua enfermedad pulmonar lo obligan a dejar esta actividad.
Se dedica de lleno a la pintura, pero la escultura realizada le deja una gran capacidad de síntesis
que se vera reflejada en sus obras.
Su primera exposición individual es clausurada por la policía a causa de unos desnudos, calificados de inmorales.
En 1920 muere en un hospital de París.
Su compañera Jeanne Hebuterne con nueve meses de embarazo se suicida, arrojándose por la
ventana de su departamento.





ROSARIO CASTELLANOS
(1925-1974)


Nace en la ciudad de México, al poco tiempo la llevan a Comitán Chiapas, de donde es originaria su familia, ahí hace sus primeros estudios y a los dieciseis años regresa a la ciudad de México, para estudiar en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y se gradúa de maestra en filosofía.
Viaja a España y en la Universidad de Madrid estudia: estética y estilística; a su regreso a Chiapas trabaja como promotora cultural. En 1954 le otorgan la beca Rockefeller y escribe poesía y ensayo. En 1956 trabaja en el Instituto Indigenista de San Cristobal de las Casas, Chiapas, posteriormente redacta textos escolares. En los años sesentas regresa a la UNAM a trabajar en la jefatura de información y prensa e imparte cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras. Es invitada a trabajar en varias universidades de Estados Unidos. Finalmente se va a la Universidad Hebrea de Jerusalem, donde recibe su nombramiento como embajadora de México en ese pais y
ya no regresa a México, muere en 1974.
Escribió poesía, narrativa y ensayo. Balún Cananan, novela, Cuidad real, libro de cuentos, y Oficio de Tinieblas, novela, forman la trilogía indigenista más importante de la narrativa mexicana, que ningún mexicano debería perderse.
Ademas de incursionar en el tema indigenista, escribió sobre la condición femenina especialmente en México.
Toda la obra de Rosario Castellanos es de imprescindible lectura.
Es una de las más grandes escritoras mexicanas de todos los tiempos.


















P&I