miércoles, 23 de abril de 2008











Amor, no te culpo; la culpa fue mìa,
no hubiera yo sido de arcilla comùn
habrìa escalado alturas màs altas aùn no alcanzadas,
visto aire màs lleno, y dìa màs pleno.


Desde mi locura de pasiòn gastada
habrìa tañido màs clara canciòn,
encendido luz màs luminosa, libertad màs libre,
luchado con malas cabezas de hidra.


Hubieran mis labios sido doblegados hasta hacerse mùsica
por besos que sòlo hicieran sangrar,
habrìas caminado con Bice y los àngeles
en el prado verde y esmaltado.


Si hubiera seguido el camino en que Dante viera
los siete cìculos brillantes,
¡Ay!, tal vez obsevara los cielos abrirse, como
se abrieran para el florintino.


Y las poderosas naciones me habrìan coronado,
a mi que no tengo nombre ni corona;
y un alba oriental me hallarìa postrado
al umbral de la Casa de la Fama.


Me habrìa sentado en el cìrculo de màrmol donde
el màs viejo bardo es como el màs joven,
y la flauta siempre produce su miel, y cuerdas
de lira estàn siempre prestas.


Hubiera Keats sacado sus rizos himeneos
del vino con adormidera,
habrìa besado mi frente con boca de ambrosìa,
tomado la mano del noble amor en la mìa.


Y en primavera, cuando la flor de manzano
acaricia un pecho bruñido de paloma,
dos jovenes amantes yaciendo en la huerta
habrìan leìdo nuestra historia de amor.


Habrìan leìdo la leyenda de mi pasiòn, conocido
el amargo secreto de mi corazòn
Habrìan besado igual que nosotros , sin estar
destinados por siempre a separarse.


Pues la roja flor de nuestra vida es roìda
por el gusano de la verdad
y ninguna mano puede recoger los restos caìdos;
pètalos de rosa juventud.


Sin embargo, no lamento haberte amado -¡ah, què màs
podìa hacer un muchacho,
cuando el diente del tiempop devora y los silenciosos
años persiguen!


Sin timòn, vamos a la deriva en la tempestad
y cuando la tormenta de juventud ha pasado,
sin lira, sin laùd ni coro, la Muerte,
el piloto silencioso, arriba al fin.


Y en la tumba no hay placer, pues el ciego
gusano se ceba en la raìz,
y el Deseo tiembla hasta tornarse ceniza,
y el àrbol de la pasiòn ya no tiene fruto.


¡Ah!, què màs debìa hacer sino amarte; aùn
la madre de Dios me era menos querida,
y menos querida la elevaciòn Citerea desde el mar
como un lirio argènteo.


He elegido, he vivido mis poemas y, aunque
la juventud se fuera en dìas perdidos,
hallè mejor la corona de mirto del amante
que la de laurel del poeta.










Imagen: Dante Gabriel Rossetti
Poema: Oscar Wilde.










i&p.

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