martes, 29 de abril de 2008





BALADA DE LA CÁRCEL DE READING


I

No vistió su chaqueta escarlata
porque el vino y la sangre ya son rojos,
y sangre y vino habia en sus manos
cuando lo hallaron con la muerta,
la pobre que él amó
y a quien en su lecho asesinara.

Caminó entre los jueces
vistiendo el gris raído
con gorra en la cabeza
y paso alegre y leve.
Pero jamás via a nadie que mirara el día
con igual ansiedad.

Jamás vi a nadie que mirara
con ojos tan ansiosos
la pequeña tienda azul
que los presos llaman cielo,
y a cada nube fugitiva
que cruzaba con velamen de plata.

Confinado en otros patios con otras almas
en pena me preguntaba
si había hecho algo grande
o algo insignificante,
cuando una voz me susurró al oído
"ese hombre va a la horca".

¡Cristo amado! Los muros de la prisión
de pronto parecían tambalearse
y sobre mi cabeza era el cielo
un casco de ardiente acero.
Y aunque era yo un alma en pena,
mi pena sentir no podía.

Supe qué pensamiento perseguido
su paso apresuraba; supe por qué
miraba el día brillante
con ojos tan ansiosos.
Había matado aqello que él amaba
y tenía que morir.

* * *

Y, sin embargo cada hombre mata lo que ama.
Que todos oigan esto:
unos lo hacen con mirada torva,
otros con la palabra halagadora;
el cobarde lo hace con un beso,
con la espada el valiente.

Matan algunos el amor de joven
y otros cuando viejos;
estrangulan algunos con manos de lujuria,
otros con manos de oro:
el más amable usa el puñal
para que el frío llegue antes.

Aman algunos poco tiempo, laragamente otros.
Hay quienes compran y también quienes venden.
El acto es cometido a veces en el llanto
y otras sin un suspiro.
Pues todos matan lo que aman;
pero no todos mueren.

No muere una muerte de vergüenza
un día de desgracia oscura;
ni nudo al cuello en la garganta lleva
ni paño sobre el rostro;
ni caen los pies primero por el suelo
al espacio vacio.

* * *

No se sienta con hombres silenciosos
que lo vigilan noche y día,
que lo vigilancuando busca el llanto
y también cuando busca la plegaria.
Que lo vigilan; no sea que él mismo robe
de prisión la presa.

No se despierta al alba para ver
formas temibles en tropel por la celda:
el aterido Capellán en su túnica blanca,
el Alguacil adusto en su tristeza,
el Alcaide en esplendente traje negro
y el amarillo rostro del Desastre.

No se apresura en prisa lamentable
a vestir el ropaje del convicto,
y un Doctor mordaz se regodea
notando el tic nervioso de cada pose nueva;
y en la mano un reloj cuyos tic-tacs
son como horribles golpes de martillo.

No conoce la sed brutal que lija la garganta
antes de que el verdugo
se deslice con guantes de jardín
por la pueta acolchada,
y lo ate con tres corras para apagar por simpre
la sed de la garganta.

No baja la cabeza para oír
la lectura del Oficio Mortuorio,
mientras el temor de su alma
le dice que no está muerto;
ni se cruza con su porpio ataúd
al acercarse al cobertizo horrible.

Ni mira fijamente el aire
por un techo de vidrio;
ni reza con labios de arcilla
por que termine su agonía
ni siente en su mejilla vacilante
el beso de Caifás.








II


Seis semanas nuestro soldado dio vueltas
por el patio, vistiendo el gris raído,
con gorra en la cabeza
y paso alegre y leve.
Pero jamás vi a nadie que mirara
el día con igual ansiedad.

Jamás vi a nadie mirara
con ojos tan ansiosos
la azul tienda pequeña
que llaman los presos cielo,
y cada nube arrastrando
sus enredados vellones.

No retorció las manos como lo hacen
los necios que se atreven a alentar
a la Esperaza retadora
en la misma cueva oscura de la Desesperación:
Miró hacia el sol solamente
y bebió el aire matinal.

No retorció las manos ni lloró
ni miró furtivamente o languideció;
sino bebió el aire como si allí encontrara
saludable calmante;
¡a boca abierta bebió el sol
como si fuera vino!

Y yo y todas esa almas en pena
que caminaban en el otro patio
olvidamos si nosotros mismos
habíamos hecho algo grande o algo insignificante,
y contemplamos con asombro torpe
al hombre que iban a colgar.

Pues era extraño verlo así pasar
con paso tan alegre y leve,
y extraño era verlo contemplar
con tal ansiedad el día.
Y pensar era también extraño
en esa deuda que pagar tenía.

* * *

El olmo, el roble tienen bellas hojas
que brotan en la primaver:
pero era horrible ver el árbol del cadalso
con la raíz mordida por las víboras,
y, verde o seco, debe morir un hombre
antes de dar su fruto.

El lugar más exaltado en ese trono de gracia
al que aspira todo el mundo.
¿Pero quién se erguiría en correa de cáñamo
en el alto patíbulo y echaría
a través del collar asesino
su última mirada al cielo?

Dulce es bailar al ritmo de violines
cuando la Vida y el Amor son justos;
y extraño y delicado
al ritmo de laúdes y de flautas;
mas no hay dulzura cuando un ágil pie
baila en el aire.

Así, con curiosos ojos y aprehensión oscura
lo obsevamos día a día,
preguntandonos, si cada un de nosotros
terminaría de manera igual,
pues nadie puede decir en qué Infierno rojo
su alma ciega extraviarse podría.

Por fin, el hombre muerto
cesó de caminar entre los jueces,
y supe que estaba de pie
en el negro redil del acusado
y su rostro jamás vería otra vez
en bienestar o desastre.

Cual barcos condenados que en la tormenta se cruzan
nuestras rutas se habían encontrado:
no hicimos gesto alguno, no dijimos palabra,
y no había palabra que decir;
pues no nos encontramos en noche sagrada
sino en día de vergüenza.

Un muro de prisión nos envolvía
y éramos dos parias;
nos arrojara el mundo de su corazón
y Dios de su cuidado:
la trampa de hierro nos había atrapado,
aquella que el Pecado siempre espera.






III


En el Patio de los Deudores
son duras las piedra, húmedo el alto muro,
y cuando tomaba el aire
bajo el cielo plomizo
a cada lado un guardia caminaba
para que el hombre no muriera.

A veces se sentaba con esos que guardaban
su angustia día y noche;
con quienes lo guardaban al llorar
y al arrodillarse para el rezo.
Con quienes guardaban, no sea que robara
la presa del patíbulo.

El Director era inflexible en aplicar
las disposiciones de la Ley
el Doctor afirmó que la muerte
era un acto científico;
y dos veces al día lo visitaba el Capellán
y dejaba su pequeño folleto.

Y dos veces al día fumaba su pipa
y bebía su cuarto de cerveza;
su alma en actitud resuelta
no dejaba escondrijo para el miedo.
A menudo decía estar contento
de que el día del verdugo se acercara.

Pero por qué decía cosa tan extraña
ningún guardián osaba preguntar;
pues quien asume
la misión de guardian
debe sellar sus labios y transformar
en mascara su rostro.

De lo contratio, podría conmoverse
podría tratar de dar consuelo:
¿Y qué podría lograr la Piedad Humana
acorralada en un Hoyo de Asesinos?
¿Qué palabra de gracia en tal lugar
podría ayudar el alma de un hermano?

* * *

Cabizbajos por el ruedo
hicimos el Desfile de los Locos.
Nada nos importaba: sabíamos bien
que éramos la Brigada del Diablo,
y con cabeza rapada y pies de plomo
nos prestamos a la alegre mascarada.

Desgarramos la cuerda alquitranada
con uñas romas, sangrantes;
frotamos las puertas, fregamos los pisos
y pulimos los barrotes brillantes;
y madero tras madero el tablón enjabonamos
entre el estruendo de los cubos.

Cosimos las sacos, rompimos las piedras
y trabajó el taldro polvoriento:
golpeamos las latas y gritamos los himnos,
y saludamos en el molino.
mas en el corazón de cada hombre
quieto yacía el terror.

Y se hallaba tan quieto que cada día
se arrastraba cual ola sofocada por algas;
y olvidamos nuestro destino amargo
que espera por igual a pillo o necio,
hasta que un vez, volviendo del trabajo con andar pesado
pasamos junto a una tumba abierta.

Con bostezo feroz el amarillo pozo
a bocanadas parecía pedir algo viviente
y aun el barro mismo clamaba por la sangre
al ruedo de sediento asfalto.
Sabíamos que antes que cierto alba aclarara
un preso habría de ser colgado.

Y entramos con e alma absorta
en Muerte y Sueño y Hado.
El verdugo con su valijita
arrastraba los pies en la penumbra;
yo temblaba, a tientas en camino
hacia mi tumba numerada.

* * *


Esa noche los vacíos corredores
se llenaban de formas del Temor,
y por toda la ciudad de hierro
había pasos furtivos que no oíamos
y a través de la barra que esconden las estrellas
parecían asomarse caras blancas.

Yacía como quien soñase
en prados placenteros.
Los guardias en custodia de su sueño
no podían comprender
que alguien durmiera ese sueño dulce
tan cerca de su verdugo.

Pero no hay sueño cuando debe haber llanto
en quien nunca a llorado.
Y nosotros - el necio, el pillo, el impostor-,
quedamos en vigilia interminable,
y en cada seso en manos del dolor
el terror de otro hombre se insinuaba.

¡Ay, es algo tan terrible
sentir la culpa de otro!
La Espada del Pecado penetraba
hasta su empuñadura envenenada
y nuestras lágrimas eran de plomo derretido
pues la sangre no habíamos nosotros derramado.

Los guardias con calzado de felpa se acercaban
a cada puerta cerrada con candado
y atisbaban con ojos consternados
grises figuras en el suelo,
preguntándose por qué se arrodillaban a rezar
quienes jamás antes rezaran.

¡Rezamos toda la noche arrodillados,
insensatos dolientes de un cadáver!
Las agitadas plumas de medianoche
agitaron las plumas funerarias.
Y como el vino amargo de la esponja
era el sabor del arrepentimiento.

* * *

El gallo gris cantó, cantó el gallo rojo
mas el día no llegó:
formas torcidas de Terror se agazaparon
por los rincones donde yacíamos
y cada espíritu maligno que vaga por la noche
se nos aparecía.

Pasaban deslizandose, ligeros
cual viajeros en velo neblinoso;
se mofaban de la luna bailando
un rigodón de vueltas y pasos delicados,
y con ritmo formal y gracia repugnante
los fantasmas acudian a su cita.

Con mueca consternada los miramos pasar,
esbeltas sombras tomadas de la mano;
giraron y giraron en grupos fantasmales
y bailaron allí la lenta zarabanda:
¡Condenados grotescos hicieron arabescos
como el viento en la arena!

Y con piruetas como de marionetas
sus pasos afilados tropezaron;
llenaron los oídos con las flautas del Miedo
en esa horrible mascarada
y a toda voz cantaron mucho tiempo
pues cantaban para despertar a los muertos.

"¡Oh!", cantaban, "¡ancho es el mundo
pero cojean las extremidades aherrojadas!
Y tirar los dados una vez o dos veces,
es juego caballeresco
pero no gana jamás quien con el pecado juega
en la secreta casa de la vergüenza."


No eran cosa de aire esas bufonadas
que con tal júbilo retozaban
para hombres vidas en grilletes,
cuyos pies jamás serian libres.
¡Ah! ¡Por las llagas de Cristo! Eran algo viviente
y algo horrible de ver.

Girando y girando devanaron el vals,
dieron vueltas alguons en parejas sonrientes;
con el paso afectado de un viajante,
algunos se acercaron con sigilo al peldaño
y con burla sutil y mirar de maicioso servilismo
todos ayudaron a decir nuestras preces.


Comenzó su lamento el viento matinal
pero la noche continuó;
en su enorme telar la red de la tristeza
se extendió hasta que cada hebra fue hilada:
y al rezar, nuesto miedo creció
ante la Justicia del Sol.

Vagó con su lamento el viento
por los muros llorosos de la cárcel.
Hasta que como rueda de acero giratorio
sentimos los minutos que avanzaban a rastras:
¡oh,viento clamoroso! ¿Qué habíamos hecho
para merecer tal Alguacil?

Al fin pude ver los barrotes sombreados
cual enrejado que forjado en plomo
se moviese por el muro blanqueado
frente a mi camastro de tablas
y supe que en un lugar del mundo
era roja el alba horrible de Dios.

Limpiamos nuestras celdas a las seis,
todo era calmo a las siete,
pero el susurro y el vaivén del viento
colmaba la prisión:
con su aliento helado el Señor de la Muerte
había entrado a matar.

Y no pasó en purpúreo esplendor
no montó corcel de blanco lunar.
Tres yardas de cuerda y un tablón
es lo que la horca necesita:
y así con cuerda de vergüenza el Heraldo llegó
a perpetar la acción secreta.

Éramos como hombres que a través de un pantano
de inmunda oscuridad a tientas van.
No osamos murmurar una plegaria
ni tampoco alentamos nuestra angustia,
algo muerto se encontraba en nosotros
y eso muerto era la Esperanza.

La justicia el hombre inexorable avanza
y no habra de apartarse:
mata al débil, mata al fuerte
en mortifera zancada
¡mata con taco de hierro
el monstruoso parricida!

Esperamos que sonaran las ocho.
Con la lengua hinchada por la sed
pues el octavo golpe era el Destino
que hace a un hombre maldito.
Y usara el Destino un nudo corredizo
para el hombre mejor y para el peor.

Nada teníamos que hacer,
sólo esperar que la señal llegara.
Así como piedras en valle solitario
mudos e inmoviles quedamos;
pero cada corazón latía agitado e intenso,
cual tambor de un demente.

En súbita conmoción el reloj de la prisión
golpeó el aire estremecido
y de toda la cárcel una queja se elevó
de impotente desespero.
Como el gemido que oyen pantanos asustados
de algún leproso en su cueva.

Y como quien ve ago horrible
en el cristal de un sueño,
vimos la soga de cañamo grasiento
que montaba la viga ennegrecida
y escuchamos el rezo que el nudo del verdugo estrangulara
hasta que fuera un grito.

Y toda la aflicción lo conmoviera tanto
que soltó un grito amargo;
y los locos pesares, los sudores sangrientos
nadie los conocía como yo:
quien vive más de una vida
muere más de una muerte.








IV


No hay capilla esos días
cuando cuelgan a un hombre:
el corazón del Capellán está demasiado enfermo
o su rostro demasiado macilento,
o hay algo escrito en sus ojos
que nadie debería ver.

Así, no tuvieron encerrados hasta casi mediodía
y sonaron entonces las campanas.
Los Guardias con llaves tintineantes
abriron cada celda atenta,
con estrépito bajamos la escalera de hierro
dejando cada uno su separado Infierno.

Salimos al dulce aire de Dios
mas no de modo acostumbrado,
pues ese rostro estaba blanco de miedo
y aquel estaba gris;
jamás hombres tristes vi mirar el día
con ansiedad igual.

Jamás hombres tristes vi
que miraran con ojos tan ansiosos
la azul tienda pequeña
que los presos llamamos cielo
y cada nube indiferente que pasaba
en libertad tan feliz.

Pero algunos de nosotros
que íbamos cabizbajos bien sabíamos
que habríamos elegido la muerte
si hubieramos podido.
Mató él algo viviente,
ellos mataron lo que estaba muerto.

Pues quien peca una segunda vez
despierta un alma muerta al dolor,
sácala de su mortaja manchada
y hace que sangre otra vez,
la hace sangrar a borbotones
¡y hace que sangre en vano!

* * *

Como mono o payaso en atuendo monstruoso
y con flechas torcidas adornados
dimos vuelta tras vuelta silenciosos
por el asfalto resvaladizo del patio.
Silenciosos marchamos vuelta tras vuelta
y nadie pronuncio una palabra.

Marchamos silenciosos
y en cada mente vacia
el recuerdo de algo horrible
pasó como un vendaval
y el Horror acechaba a cada hombre
y detras el Terror se arratraba sigiloso.

* * *

Los Guardias se pavoneaban en idas y venidas
cuidando sus rebaños de brutos;
llevaban uniformes impecables
o vestian los trajes de domingo;
sabíamos donde habían estado:
la cal viva manchaba sus zapatos.

Pues dond ancha sepultura antes se abriera
no quedaba más tumba.
Sólo un tramo de arena y barro
junto al horrible muro
y un cúmulo de cal ardiente
como su paño mortuorio.

Pues tiene una mortaja ese desafortunado
como muy pocos pueden reclamar:
en lo profundo, bajo el patio de una prisión,
desnudo para mayor vergüenza,
yace con los pies aherrojados
envuelto en una sábana de llamas.

Y todo el tiempo la cal ardiente
devora carne y hueso,
devora frágiles huesos en la noche
y carne blanda de día;
alterna carne con hueso;
pero siempre devora el corazón.

* * *

Tres largos años estarán sin sembrar,
sin plantar o cultivar allí;
y por tres largos años el lugar infeliz
será estéril, baldío,
y mirará el cielo perplejo,
con mirar sin reproche.


Piensan que el corazón de un asesino infectaría
cada semilla inocente que plantaran.
¡No es verdad! La tierra bondadosa de Dios
es más generosa que lo que los hombres imaginan;
la rosa roja florecería más roja
y más blanca la blanca.








El poema no termina aqui, tiene muchas más estrofas, esto es sólo un fragmento; si su lectura ha llegado hasta aqui, demuestra su interes por el poema y eso es lo que persigo, inquietar a los lectores para que sigan su busqueda, leyendo la obra de los autores por mi seleccionados.
No me gusta colgar o publicar poemas extensos pues es muy cansado leerlos en la computadora; pero éste me conmovió y me gusto tanto que no dude en compartirlo con ustedes, ojalá lo hayan disfrutado.
Gracias por visitar mi blog.















Imágenes: Dante Gabriel Rossetti

Poema: Oscar Wilde
















ñalskdjf




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