sábado, 7 de noviembre de 2009











Hecho un espíritu, marañoso el rojo pelo polvoriento,
sumida la boca, cerrada la puerta del corazón,
los ojos ardiendo, como el farol de la luciérnaga
que quiere compañero, el loco buscaba
la piedra filosofal.

El mar inmenso bramaba ante él.
Las olas incansables hablaban sin parar
de sus tesoros ocultos, burlandose de su
ignorancia, que no las entendia.
Quizá no le quedaba una esperanza,
pero no quería descansar,
porque su vida era ya sólo búsqueda.

Como el mar tiende, sin descanso, sus brazos al cielo
imposible; como van las estrellas, en círculos eternos,
buscando la meta ignorada; el loco, sudorosos
los rojos cabellos, erraba por la playa solitaria
buscando la piedra filosofal.

Una vez, un niño de pueblo le dijo:
"Oye, ¿quién te dio esa cadena de oro
que llevas a la cintura?"
El loco se miró sobresaltado.
¡Su cadena de hierro era de oro!
No estaba soñando, no; pero no se acordaba
del cambio.
Y enfurecido, se golpeaba la frente.
¿Dónde había encontrado la piedra sin saberlo?
Tenía tal costumbre de tomar piedrecitas,
tocar con ellas la cadena y volverlas a tirar,
sin mirar si el hierro se hacía oro,
que había encontrado la piedra filosofal
y la había vuelto a perder.

Se ponía el sol bajo, y todo el cielo era de oro.
El loco empezó a desandar lo andado,
detrás del perdido tesoro, sin fuerzas,
doblando el cuerpo, el corazón en el polvo,
como un árbol arrancado de raíz.










FOTO: Claire Pismont






P&I

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