jueves, 19 de noviembre de 2009







No me avergüences más con tus ojos,
que no he venido a mendigar por ti.
Sólo me paré un instante al final de tu patio,
al otro lado de los rosales de tu jardín.
¡No me avergüences más con tus ojos!

No tomé una rosa, ni una fruta de tu jardín.
Me eché, humilde, a la sombra del camino,
que no se niega al caminante,
Pero no toqué una rosa.

Mis pies estaban cansados y la lluvia me calaba.
Gemía el viento entre las ramas dobladas del bambú
y las nubes corrían por el cielo
como huyendo de una derrota...
Mis pies estaban cansados.

No sé que pensaste de mi,
ni a quién esperabas a la puerta.
El relámpago te deslumbraba los ojos vigilantes.
¿Cómo iba yo a saber que tú me veías allí en la oscuridad?
¡No sé que pensabas de mí!

El día muere. Ha dejado un momento de llover.
Me voy. Ahí te dejo la yerba en que me senté
y la sombra del árbol último de tu jardín, que me amparó.
Cierra tu puerta, que oscurece.
Yo sigo mi camino... El día a muerto.













FOTO: Claire Pismont










P&I






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